La Librea del Valle de Guerra es una fiesta de celebración de raíces religioso-populares para exaltar a los soldados canarios que al mando del capitán Francisco Díaz Pimienta lucharon en la histórica Batalla de Lepanto (1571), y en honor a la Virgen del Rosario, a quien la tradición atribuye su intersección en la victoria de los cristianos frente a los turcos.
Los orígenes de La Librea del Valle de Guerra presumiblemente se remonten a 1615, coincidiendo con la fundación de la ermita para una doble advocación: la del Santo y Dulce Nombre de Jesús y de la Virgen del Rosario, a propuesta del matrimonio formado por doña Inés de Castilla y don García Fernández de Valcárcel.
La Librea surge como celebración festera para exaltar a la Virgen del Rosario y a los canarios que al mando del Capitán Francisco Díaz Pimienta combatieron en La Batalla de Lepanto, de la que volvieron victoriosos por mediación de la Santísima Virgen –según la tradición-.
La Librea del Valle de Guerra se ha celebrado de manera casi ininterrumpidamente desde 1615 hasta 1971 siguiendo la estructura primitiva de desfiles de barcos y milicia popular a ritmo de tambor, la pandorga, las loas y diálogos entre el turco y el cristiano, rezos del Rosario y exhibiciones pirotécnicas.
Suspendida la celebración de La Librea en aquellas fechas por problemas de organización, no volvería a celebrarse hasta 1982, recuperándose precisamente con el estreno del Auto Sacramental, que se ha convertido desde entonces, por su veracidad histórica y plasticidad escénica, en la celebración más esperada de La Librea, hasta el punto de que hoy podemos decir sin rubor que La Librea es la referencia sociocultural más representativa del Valle de Guerra, y su Seña de Identidad colectiva.
La recreación de La Batalla de Lepanto comienza con una obertura musical a cargo de la Banda de Música Ntra. Señora de Lourdes y de la Coral Ntra. Sra. de Los Dolores, para a continuación pasarse a relatar la inquietud vivida en los palacios de gobierno de los países europeos, ante las noticias que llegan de Turquía describiendo el rearme de la naval turca, y las intenciones del Sultán de invadir Chipre. Todo ello acontece en un gran escenario que recrea el ambiente en las cortes cristianas y turcas, así como la iniciativa vaticana de convencer al Rey del España y al Dux de Venecia para junto al Papa formar una Liga Común que hiciera presión al turco.
El personaje del soldado Cervantes va narrando los acontecimientos históricos, recreados en el Auto. Un mensajero entrega una carta del Sultán al Dux venecianos, instándole a la entrega de Chipre bajo la amenaza de hacerle la guerra si no lo hace. En la corte turca, durante una exuberante fiesta, el Sultán y su general Alí-Bajá planean la invasión de la isla chipriota.
En el Vaticano, el Papa procede a convocar a los príncipes cristianos, haciéndoles observar la convivencia de que es necesario frenar a los turcos en este momento, o las consecuencias serán irreparables en el futuro. En el transcurso de las negociaciones, Juan de Austria es nombrado Capitán General de la Liga.
En España, el Rey despide a su hermano Juan de Austria dándole importantísimos y prudentes consejos sobre cómo debe proceder para que la misión alcance sus objetivos.
Producido el embarque de los soldados en sus respectivas naves, Juan de Austria y Alí-Bajá transmiten respectivamente a sus combatientes las razones por las que se encuentran allí, y cuáles son las consideraciones que observarán para el buen desarrollo de la batalla.
Avistada la flota enemiga, se reproducen las amenazas y promesas, se defienden los valores que se pretenden proteger, y surgen los primeros escarceos de guerra.
La batalla se produce y mientras tanto, heridos, valientes y miedosos aparecen en escena desplegando sus mejores gallardías, plegarias y miserias. El enfrentamiento directo entre los jefes de las flotas en guerra acaba con la caída de Alí-Bajá herido, su reconocimiento de la derrota, la exaltación del valor de su rival, la fortuna de la Divina Providencia para los cristianos, y la muerte.
La victoria de los cristianos no va acompañada de gritos estentóreos, ni de descalificaciones para los vencidos, sino bien al contrario, recogen los heridos, curan sus heridas, y los ofrecen como personas de bien a la Virgen del Rosario.